Las termas suponen uno de los grandes edificios de ocio en la Antigua Roma. Ya hemos hablado de las magníficas termas de Trajano y ahora nos detenemos en las de Caracalla.
Fueron realizadas en el siglo II, concretamente entre el 212 y el 235 y en ellas encontramos las tres salas tradicionales organizadas a partir de un eje central. El caldarium estaba situado en una sala redonda inspirada en el Panteón que contenía una gran piscina central y siete más pequeñas. La segunda gran sala era el tepidarium, sala para el baño tibio de 70 metros de largo y cubierta con tres bóvedas de arista apoyadas en ocho gigantescas columnas. Por último, el frigidarium contenía una impresionante piscina para el baño frío de 17 x 51 metros.
A ambos lados del eje se colocaban simétricamente otras dependencias menores como palestras o vestuarios, incluso contaban con dos bibliotecas y tabernas en los jardines donde poder comer.
El lujo lo llenaba todo, convirtiendo el lugar en algo mágicos. Así las paredes aparecían recubiertas con mármoles de colores, los suelos y piscinas de mosaicos de un extraordinario colorido y esculturas y relieves recubrían los muros.
Junto a esto encontrábamos 156 nichos con sus correspondientes esculturas y techos artesonados en las bóvedas que llegaban a alcanzar una altura de 50 metros. Entre las múltiples escultura encontramos el grupo helenístico del Toro Farnesio.
Cada día unos 800 romanos disfrutaban de estas instalaciones mientras centenares de esclavos quemaban en los subterráneos unas 10 toneladas de leña al día destinadas a calentar el agua.
Estuvieron activas más de tres siglos, hasta que quedaron en ruinas y fueron utilizadas como cantera terminando sus elementos en palacios, iglesias o plazas.